miércoles, agosto 31, 2011

Tiempo Cotidiano Parte I

No llevaba ni dos semanas en la U y ya conocía al dealer. Fue raro o mas bien son raras las relaciones con el dealer. Tanto como la confianza que tiene que tener por ambas partes. Por una parte de que cualquier cosa que pueda suceder, yo no diga nada (ni lo nombre a él. No me lo cagué y que el tampoco me cagué a mí. Nos atrapamos en una relación de confianza a su nivel mas puro o intentamos acercarnos lo mas posible al concepto, por lo menos.
Estaba en un edificio que hay cerca de Miguel Claro, llegando a Irrarazaval, un departamento antiguo, mas grande que los edificios comunes. Me presento solo, con 150 mil pesos, listos para cambiarla por marihuana , orange california.
Matías, el dealer, esta en otra habitación y me deja esperando en su living. Se demora un poco; del fondo del pasillo se escucha un llanto de un niño, que tras pocos segundos, todo vuelve a la calma, quedando nuevamente todo en silencio y quedando frente a frente con un póster de Bob Marley, donde esta solo mirando a algo (o alguien) que esta fuera de cuadro, pero creo que son a unos amigos que se van y el solo diciendo: "no se vallan..."
Es ahí cuando aparece Matías con su hijo bajo el brazo y el paquete sobre el otro.
El niño me queda mirando, detrás las piernas de su papá, con unos ojos bien abiertos y como es natural, me mira con cierta desconfianza, pero una sonrisa se le escapa y me dice: ¡hola!. Yo le devuelvo el saludo y meto la mano al bolsillo. Me queda mirando con cierta curiosidad y atención, finalmente saco un pingüino de origami y se lo doy. El mira a su padre, como buscando algún tipo de aprobación y cuando la encuentra me lo arrebata de la mano.- Vete a jugar. le dice Matías y sale corriendo al pasillo y quizás a su pieza. Matías se ríe con un aire de orgullo y me dice: - Acá esta lo que acordamos. Tras esto enciende un pito y me lo pasa. - Mira, pruebalos, están buenos. Casi desafiándome en el acto, como si fuera una prueba, para que gane su confianza.
El sonido del papel quemándose, me queda dando vueltas y una sonrisa contagiosa le respondo - están buenos.
De ahí no hay mucho que decir, conversamos de cosas que no tienen mucha importancia y el sol, comenzó a entrar por las ventanas, tiñendo nuestras caras de rojo.