El
día está completamente gris y el viento, a ratos pasa. El sonido de los pasos
de los peatones, crean un ritmo, que por momentos me inquieto, porque pienso
que lo estoy escuchando. Creyendo de cierta forma, de que la humanidad.
Destino. Dios o algo completamente al
azar, quisieran darme ese significado. Al instante me doy un poco de pena, en
insistir en esas vieja costumbre de buscar significados; y si los hay, no seré
yo, quien los reciba. A mí me toca, ser parte del chiste. Nunca del otro lado.
La
gente que va a mi alrededor no me dice mucho, sus caras son serias, no dicen
mucho, incluso cuando van sonriendo.
Los
voy mirando, como tratando de encontrar a un conocido, pero mas bien, es
encontrar la sensación de hacerlo. Recuerdo que, cuando chico, la tenía
bastante. Se me vienen dos recuerdos; De cuando tenía siete años e iba con mi
papá, en el centro de Temuco, muy temprano por la mañana. Creo que era fin de
semana, pero es probable también que estuviera de vacaciones, ni idea. La cosa
es que estuvimos dando vueltas por el centro y en alguna tienda haberme
encontrado con algún amigo. El iba en otra dirección junto a su familia y
nuestras miradas de lejos se encontraron y un pequeño gesto, con nuestras
manos, fue la concretación de que, nuestro encuentro, fuera oficial. Por otra
parte, el segundo encuentro, era mucho más chico. Lo sé porque mis padres aún
no se separaban. Tampoco iba al colegio. Debo haber tenido alrededor de tres o
cuatro años. Acompañaba a mi mamá en el auto, acabábamos de ir a dejar a mi papá
y a mi hermana, al trabajo y al colegio, respectivamente. Fue un viaje largo.
El día era parecido al de hoy, pero hacía frío, en un momento nos detuvimos en
un supermercado naranjo, frente al hospital. Mi mamá me ordena, de ir al lado
de ella, y en ciertos momentos, me pide ayuda con las elecciones de algunos
productos. Yo no tenía idea de cuales eran las diferencias, si que siempre
elegía por algún símbolo que ya reconocía y me era amigable, pero cuando ese no
era el caso, esperaba a mi mamá quien respondiera primero, después le daba la
razón, en un acto de confianza pura e ingenua.
En
un momento pasan dos señoras vestidas de una túnica negra, que iban
conversando. No pude entender nada, pero me gustó mucho como sonaban. Tenían
unos collares grandes y plateados, mientras iban avanzando, el collar brillaba,
luego las vi doblar por el final del pasillo y no las vi más; yo al girar, mi
madre ya no estaba. De un momento a otro, todo era distinto, todo era grande y
había una voz, que ordenaba a alguien de que fuera a una caja. Una caja. El
lugar se volvió enorme, pero me costaba ver el fondo y comencé adentrarme en el
bosque. Todos -los arboles- eran altos y en un momento me encuentro con tres
cofres. Uno con maní, otro con nueces y finalmente de piñones. Todos con
cáscaras. Meto mi mano, en el cofre de maní y saco un puñado, que me escondo en
el bolsillo. En eso escucho la voz de mi mamá, diciendo “que si quieres maní,
los tienes que comprar”. Yo levanto la cabeza y aparece mi mamá al lado mío.
Recuerdo sonreír al verla.
En
los dos encuentros, la sensación era grata.
Una
sorpresa.
Tranquilidad.
De
encontrar a alguien completamente único, reconocible.
No
sé, si cuando pasamos cierta edad, nuestra facultad de ser particulares o de
poder reconocerlas. Se fue perdiendo sentido.
La
desconfianza es parte del chiste, de ser y comienzo a caminar mas rápido. Me
alegro de haberme comprado estos audífonos, aunque todavía pienso que no debí
habérmelos comprado a ese precio, pero por otra parte, nunca lo hubiera hecho.
El jazz vuelve a mis viajes, no muchos, pero los extrañaba. De alguna forma, me
doy un respiro de la humanidad. Ya había sido mucha interacción. De hecho ya me
estaba creando un problema, no tenía nada nuevo que contar y cuando, uno, no
tiene nada nuevo que contar, uno se va abriendo a nuevas personas hasta cuando
uno estira el chicle, llega un momento de comprar uno nuevo. En mi caso, yo
guardo la plata en la casa y lo cambio por invernar. Alejarme, descansar de
ella.
Ahora
en mi departamento. Veo. Los veo de mi ventana, como quien mira un cuadro. La
misma baranda tiene varias secciones, sugerentes a distintas escalas que van
descomponiendo la imagen
Me
da un poco de frío y me paro a la cocina y hiervo agua, para un té. Intento
escribir, pero cuando estoy en el acto me da paja. Intento leer, pero nada. Me
hago un té y enciendo un cigarro. Las luces artificiales comienzan a invadir mi
living, generando sombras, que se van moviendo en la pared. Sombras que se
alargan hasta que explotan y luego vuelve a nacer otra sombra, se expande,
explota. Así por arto rato.
Enciendo
un pito y comienzo a navegar por internet, pero incluso eso, me aburrió. No
sé lo que me pasa, es como si mi capacidad de asombro, ya hubiera llegado a un
limite, pero que nunca disfruté. Tempranamente todo se volvió obvio y partiendo
de esa base, comienzas a catalogar todo entre dos parámetros. Bien o mal, como
“okey, no me dio risa, pero me hubiera gustado que sí”. Te banco Bill Murray.
Pienso
en que es difícil ser artista y no conmoverse. Porque tener o no tener pasión,
eso es adquirible.
Me
meto a flickr, a ver fotos, asegurándome, de ver una foto, nueva, única. Con
una mirada personal, del lugar y el momento y así iba matando el tiempo.
En
un momento, me pillo con una noticia sobre unos científicos, que con unos
detectores de ondas gravitacionales, pudieron dar con unas ondas, de los confines del universo y
que explican que pueden ser, un “suave continuo espacio-temporal”, lo que probaría,
que vivimos en un universo Holográfico. También dicen que las ondas holográficas
son muy inestables y que en cualquier momento.
- Plin -
Fin
del universo.
- Plin -